jueves, 26 de noviembre de 2009

Egos en bussines class ...





Voy subida en la montaña rusa de la incertidumbre. Intentando conjugar el ahora y el mañana. Y dicho sea de paso no me está resultando nada fácil. ¡Ojalá tuviera una pócima mágica! Llevo una semana esperando que suene mi teléfono, y con ello aclarar un poco más mis perspectivas de futuro. Lo abro y lo cierro de manera casi neurótica, por si se ha apagado o sí misteriosamente se le ha ido el sonido. Pero no, simplemente es que nadie llama.

Mientras tanto ocupo mi tiempo en otras cosas. Cosas que sólo quitan el vacío de forma demasiado esporádica y cuando se acaban vuelvo a verme en un looping con la cabeza hacia abajo. 
Me lamento, de mi perra vida de parada. Sin embargo viendo pequeñas historias, como las de los cientos de niños que viven en el metro de Moscú, sin más esperanza que una botella de vodka y una dosis de pegamento, me siento egoísta. Puede que no tenga un trabajo, pero mi vida tiene mucho más de lo que esos pequeños críos van a tener aunque vivieran un centenar de años. Hablan con una dureza de la vida que me ahoga. Creo que sólo pueden hablar así los que ya no tienen nada que perder o ganar. Ellos son legiones de vagabundos en una Moscú que cada día se viste más de oro y firmas de lujo. Malditas paradojas.
En nuestras sociedades del yo, dónde el ego viaja en bussines class, estamos tan acostumbrados a las tragedias que nos enseñan a diario, que creo que ya las vemos como parte de una normalidad. Y no, no lo son. No pueden serlo. Algo no funciona bien cuando hay tantos y tantos que saben que no hay futuro para ellos.
Cuando viajo a países de esos que el francés Sauvy bautizó como el tercer mundo, se me cae la cara de vergüenza. Ver cómo lo que yo tiro y no apreció es algo que puede resultar básico para ellos me acongoja. Así, mientras nosotros creamos necesidades para vivir, ellos intentan superarlas para seguir viviendo. Quizá en muchos de los institutos las excursiones de fin de curso en lugar de organizarse para ver museos y obras de arte, que a muchos les darán igual, quizá debieran hacerse a sitios donde pudieran sentir nuestros chicos de móviles y videojuegos lo afortunados que son. Y no hace falta irte a uno de esos países del África subsahariana, con ir al Marruecos rural, sería suficiente. 
A pesar de que uno no elige como nace, al menos los que hemos nacido en el lado acertado, deberíamos de salir de nuestra burbuja y que la realidad nos diese una bofetada de vez en cuando para enseñarnos realmente en qué consiste vivir y la vida, más allá de tragedias cómo ¿qué me pongo? Mientras estás delante de un armario abarrotado de ropa.
Es cierto que ahora estoy como un niño pequeño mareado que quiere bajarse ya de esa montaña rusa en la que mi billete no se acaba. Pero sé que soy afortunada, y hago un esfuerzo constante para recordarme que existen muchos mundos y muchas vidas más allá de lo que alcanzo a ver desde mi silla, e intento ya de paso que mi ego haga cada vez más viajes en turista y no en primera clase.
Eva

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