lunes, 27 de septiembre de 2010

Agotadas las tallas normales....


Esta última semana he leído un par de noticias sobre los gordos y gordas, como diría nuestra ministra de igualdad, tan empeñada en confundir el género lingüístico con el sexual, y he estado pensando sobre ellos, los gordos. Sobre quienes hablan de ellos en forma de pandemia global y quienes lo hacen desde un punto de vista estético.

Empezaré por los gordos de la pandemia. Esa palabra de significado tan alarmista y tan de moda, que incluso nos lleva a  utilizarla, en muchos casos a la ligera. Ya no sólo la utilizamos para referirnos a pandemias contrastadas como fueron por ejemplo la peste negra y la gripe española, también nos sirvió para calificar a la gripe A,  aunque luego se quedase en nada, bueno en casi nada, si descontamos el enriquecimiento farmacéutico.

Así que en primer lugar, me parece demasiado precipitado hablar de una pandemia de obesidad. Para empezar es una pandemia pero sólo de países ricos, porque en contra de lo que sucede con los virus, la gordura, ni viaja en avión ni se contagia con los estornudos, ni nada parecido.  Además, esta nueva amenaza  sólo es endémica en el hemisferio norte, lo cual reduce mucho su radio de acción, para alivio de los que pasan hambre en el sur. Y en esta lógica de ricos, el África Subsahariana y otros muchos lugares del planeta, donde se sufre la desnutrición y el hambre, éstas no son calificadas como pandemias en ningún titular, sólo como un Objetivo del Milenio. Lo cual me da que pensar, y no para bien.

Pero como acostumbramos a mirarnos mucho el ombligo, el hambre en África igual es menos pandemia que la gordura en los países ricos, porque mientras que para ésta última, los estudios hablan del coste no sólo personal, en un riesgo mayor de enfermedades para los obesos, sino que también se fijan  en el coste social, y más concretamente, en el sanitario. Lo que me lleva a una primera reflexión. Quizá el hecho de que en los países pobres el hambre mata, pero los desnutridos no gastan recursos del estado, les otorga a estos que pasan hambre otra dimensión, quizá más paternalista y con una pizca de remordimiento desde nuestra condición de gordos del norte, cuando pensamos en lo aquí sobra, y lo que allí falta. Sin embargo, la visión con la que se percibe aquí a esos vecinos gordos irresponsables es otra, no aplicamos una postura paternalista pensado, -pobres, fíjate, lo que dicen los señores de la OMS, estos gordos de la pandemia se van morir antes de la cuenta por ser una concentración de grasas saturadas- sino que nos sale la vena economista, y pensamos rápidamente en que  le ocasionan un gasto extra a nuestras partidas presupuestarias para sanidad. Así pues,  llego a pensar que el problema de esta pandemia es la economía, lo cual me resulta tremendamente cruel.

Según las cifras cada vez somos más gordos, comemos peor y somos más sedentarios. Pero eso también depende de dónde miremos. Vayamos a un caso práctico, en Nueva York, capital del mundo globalizado, y dónde esa pandemia tendría un buen caldo de cultivo, se puede constatar, que los gordos están más presentes en las aceras de Harlem  que en las de la quinta avenida, lo cual me lleva a pensar que igual son los pobres de nuestras sociedades ricas quienes sufren este mal.

Aquí mismo, en la España pre-crisis,  hubo una campaña que decía: “Come cinco verduras y frutas frescas al día” que así dicho es un eslogan fenomenal y lleno de sentido común, pero claro quizá se les ha olvidó añadir por políticamente incorrecto y por pura obviedad: “si puedes permitírtelo”. Comer bien es caro, y eso lo sabe cualquiera que vaya carrito en mano al supermercado, y el dinero también limita lo que comes y lo sano que es, y ahí los pobres de nuestros países ricos, salen perdiendo y van engordando.

Dicho esto, el otro día vi el documental Food Inc, y me asusta pensar en lo que comemos, yo que me crié en un pueblo de esos que van camino de desaparecer, donde se honraba a San Martín y se hacía la matanza,  nunca vi que los filetes de aquellos cerdos soltaran agua en una sartén al freírlos,  ni que los huevos de una tortilla fueran descoloridos, de un amarillo que parece viejo. Pero ahora la necesidad del  ya, hace que todo esté disponible en cualquier fecha del año aunque no sea la temporada tradicional para consumir un determinado alimento, y eso tiene su parte negativa y poco saludable, e  incluso he sabido que en algún convento de monjas, de cuyo nombre no quiero acordarme, las gallinas se ven sometidas a ritmos de producción como si estuvieran en una fábrica industrial. Ver para creer. 

Por otra parte somos sedentarios, señalan estos estudios, lo cual es otra obviedad. Tenemos la tele, la wii, la play, y todos los medios de transporte a nuestra disposición,  porque para eso somos los más industrializados y lo hemos inventado todo. Pero tal situación provoca  la paradoja de que en muchas ocasiones en lugar de aprovechar para hacer un ejercicio cotidiano, como ir andando al trabajo, preferimos suplirlo con los gimnasios, que en estas sociedades tan hedonistas,  tienen un toque más chic, donde va a parar.
Una persona mayor, de esas que se crió sin estas pandemias de gordos, y que me atrevería a decir que incluso pasó hambre, decía allá por la década de los noventa una cosa simple y llena de sentido común, que resume perfectamente nuestro cambio de vida: “Yo no sé qué médicos son los de ahora, antes cuando estabas malo te mandaban reposo y ahora te mandan andar”. Y así hoy podemos ver en cualquier pueblo o ciudad, ejércitos de paseantes por prescripción médica. 

Y ya por último, en estos estudios, hablan del riesgo especial de los jóvenes y los niños, para los que se prevé incluso que descienda la esperanza de vida, respecto a la generación que les precede por ser cada vez más gordos. Y vuelvo a mis recuerdos. Yo todavía fui de esa generación de niños que jugó en la calle, en la que un palo servía de espada, y los árboles estaban para subirse a ellos. Pero ambas cosas hoy serían difíciles, lo de la espada porque te acusarían de ser un niño violento y que pone en riesgo la integridad su pares, según un estudio cualquiera, y lo de los árboles, aún peor, porque seguro que hay ordenanzas que castigan este comportamiento incívico en las ciudades de este país.

Así pues, tengo la sensación, de que muchos niños de hoy, no saben jugar a nada si no tienen unos mandos de algo entre las manos. La calle ha desaparecido en muchos sitios como un lugar de recreo, y es aún pero en las grandes ciudades,  dónde los niños o se quedan en casa o los que viven en la “urba” se entretienen y juegan en esos espacios perfectamente homologados para los más pequeños, con todo hecho con los materiales, medidas y diseño adecuado. Y no sólo así los hacemos gordos, sino más inútiles, menos intrépidos, menos capaces de desenvolverse ante lo desconocido y menos imaginativos. Y sólo hace falta oír a alguna madre, cuando los niños llegan al pueblo, que antes de que se vaya a jugar, le da una serie de consejos y advertencias al muchacho, que parece que lo vaya a enviar a la guerra de Vietnam. Cuando las oigo, tengo la duda de si sería conveniente agradecerle a alguien el hecho de haber sobrevivido a aquella época de mi infancia, en la que hacíamos cosas que hoy serían juzgadas casi como salvajes, e incluso estaríamos al borde de ser protagonistas de algún estudio psicológico, pero no, porque no hubo más riesgo que una tirita y mercromina,  y la única secuela de aquellos tiempos son los recuerdos felices.

Y luego está la gordura estética, esta semana leí la noticia de una joven de diecisiete años, que con una talla cuarenta, se proclamó ganadora de un concurso de modelos de tallas grandes. Así que en ese momento me paré a pensar que yo estoy en el límite, con mi talla 38 de Inditex, de convertirme en una talla grande y gorda. Ahí es nada. Hecho que me dejo estupefacta y con la duda de si comer lechuga el resto de la semana, o engullir un bote de Nocilla para combatir mi estado de ánimo al  reconocerme tan de repente casi gorda, según lo que acababa de leer. Y también me viene a la memoría Javier Gurruchaga, cuando cantó aquello de "ellos las prefieren muy, muy gordas, gordas, gordas, super gordas, gordas de apretar". Ahí querido, he de decirte que fuiste poco visionario viendo a lo que hemos llegado.

No me extraña que los gimnasios estén en auge como instrumentos capaces de democratizar la belleza ante la necesidad de no abandonar los estándares actuales. En esta tiranía de la imagen, uno no puede luchar contra caprichos genéticos como la estatura, pero al menos se puede “machacar” en esas salas capaces de convertir a todos los cuerpos en el mismo, igual para todos, con ese canon de belleza prefabricada que se consigue corriendo en la cinta y mancuerna en mano.

Sin embargo, el  extremo que busca la perfección del cuerpo de acuerdo a los modelos de las revistas, el que utiliza la belleza reconstruida, en base al botox y la silicona, en ocasiones tan enfermizo como la obesidad no preocupa como pandemia, a pesar de que cada vez hay un número mayor de usuarios que también ponen su vidas en riesgo por la necesidad de ser socialmente guapos. Quizás, esto no sea problemático porque no lo cubre la seguridad social, y no me gusta ni que se me haya ocurrido la idea. El hecho de que cada vez el bisturí se use más para corregir imperfecciones que no casan con la estética actual, y que esté no sólo bien visto sino que incluso se le atribuya  cierto glamour, por el hecho de ser capaz de hacer que todo el mundo tenga los labios de Angelina Jolie, y sólo por eso, hacerles creer que son un poco más “estrella” de esta sociedad que tanto apuesta por las alfombras rojas y los flashes me hace pensar  en las Señoritas de Avignon, tan feas y tan bellas. Y me quedo más tranquila.

Pero esta es la sociedad en la que nos ha tocado vivir, y lo gordo no se lleva, no está de moda. Pero no se preocupen porque esto es cíclico, porque ya ven lo que gustaron en otra época los rechonchos, como muestra de lozanía y buena salud, y sino echen un vistazo en los museos. Y es que el marketing, la moda y la economía a menudo mezclan lo gordo con lo insano sin más, a pesar de que haya flacos con unas analíticas que puedan asustarnos y modelos que parecen cadáveres andantes.

En esta ocasión como en otras tantas que necesario sería aplicar aquello de que la virtud se encuentra en el término medio. Así que ya saben, ensalada y verduritas para los días de diario y un poco de chocolate para las fiestas de guardar.

Eva


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