sábado, 18 de septiembre de 2010

¡Qué vuelvan los humanos!...



Voy a odiar a Camarón de la Isla y hasta las cuatro estaciones de Vivaldi por culpa de esos números de teléfono capaces de transformarse desde el primer "pi” en máquinas capaces de sacarte de quicio y convertirte en una persona bipolar a lo Jekyll y Mr. Hyde. Marque uno si quiere....marque dos si desea.....marque el ochocientos si ....Y de repente, te descubres a ti mismo en el sillón, fumando como si mañana se fuera a dejar de fabricar tabaco en el mundo, gritando al vacío -¡Quiero hablar con una persona!- a lo que la máquina te contesta: -Esa opción no está disponible-, y  en ese momento, al menos yo, comienzo a tener tentaciones de estampar el teléfono contra la pared, pero consigo frenar mis ansias y esperar hasta que llega un rayo de luz y una voz te dice - manténgase a la espera, será atendido por un operador- y entonces sonríes, estás feliz y radiante, pero la alegría, como en casa del pobre dura poco, y no tardas en darte cuenta que llevas diez minutos seguidos oyendo las ya cansinas estaciones Vivaldi e instintivamente, empiezas a odiar al compositor de tal tortura, que fíjate tú, pienso ahora, lo que deforman los siglos las obras, jamás se hubiera imaginado el pobre Antonio, que sus estaciones serían más oídas en los  tiempos que espera todo quisqui para poder hablar con un tele-operador cualquiera, que en grandes óperas y teatros.

Y ya cuando una tal Jennifer, Josefa o como se llame según la ocasión, te coge el teléfono sientes un gran alivio pensando que ahora sí que te van a atender y entender. Pero no. Porque no saben qué pasa, no saben tú código pin, pan o pun, y vuelves a deseperarte hasta que por ciencia infusa  aparece el dichoso código, ahora sí que sí, piensas en tu ignorancia y de nuevo pletórico por tu dicha comienzas a contarles el motivo de tu llamada, pero de nuevo se han percatado, después de varios minutos y consultas que no pueden ayudarte, has de ponerte en contacto con el departamento del departamento del área de no sé qué, y te encuentras suplicando que no te cuelguen y que te pasen con alguien, llegados a este punto, en el mejor de los casos, que no sucede siempre, pueden pasarte con otro fulano un tal Juanjo, Kevin o como se vuelva a llamar, eso sí, antes de poder hablar con el nuevo otra vez las estaciones de Vivaldi,  cada vez más insoportables, hasta que de repente se oye - le atiende menganito- y en ese momento le vuelves a contar las penurias de tu problema con un tono de voz que gana decibelios por segundos, y el tal agente u operador te vuelve a explicar que no es su departamento quien lleva eso, y ya quieres cagarte en la puta madre de tu compañía de teléfono o en la que vende este o aquel billete, según el caso. Todos hablan igual, diciendo las mismas frases una y otra vez, he pensado muchas veces que deben de ser una retahíla de palabras aprendidas para repetir una y otra vez al personal, lo  que hace que hasta que ellos mismos suenan como robots –No Sr., siento comunicarle que el problema que me comenta no forma parte de este departamento- y así hasta la saciedad. 

Pero no puedes hacer nada y sigues peregrinando por departamentos y operadores hasta que encuentras a alguien, nunca antes de la décima voz que escuchas, que o bien te soluciona la papeleta o en el peor y humano de los casos acabas harto y al borde de necesitar un tranquimazin, maldiciendo sus empresas, amenazando con cancelar todo, no volver a viajar con ellos o lo que haga falta. 

A mí lo que me pasma, es que esas personas que te contestan una y otra vez, no pierden los nervios a pesar de recibir un montón de llamadas al día que tienen siempre presentes a sus madres en las cabezas, y aún más, nunca dejan de tratarte de su excelentísima e ilustrísima santidad para arriba, a pesar de que tú estés fuera de sí gritando como si estuvieras en medio de un pelea callejera. Yo que soy de las que me encabrono con los del Vodatron, el Movie-star y los de perico de los palotes por estos sistemas tan inútiles y desesperantes, al final pienso en ellos, en los de los cascos, porque tienen un trabajo de tela marinera, seguramente con poca capacidad de maniobra para resolver cuestiones, lo cual, aún sin serlo seguramente en muchos casos, puede hacerlos parecer incompetentes y de los grandes, cosa que encabrona. Mientras tanto, en esas mismas empresas, pero lejos de esos teléfonos y de la mala hostia del personal, imagino a los cabezas pensantes de todo este sistema en sus despachos, urdiendo  maquinaciones sobre nuevos sistemas que ahorren personal, o lo hagan cada vez más inútil, al tiempo que discurren sobre innovaciones diabólicas para que esas maquinitas sigan hablándote y pidiéndote que pulses quinientas teclas aunque sea a costa de empobrecer el servicio al cliente. Aunque pensándolo bien, eso dentro de poco va a importar un bledo, viendo como está ya ahora el panorama, para ilustrarlo bastan dos ejemplos, si vas al super hay que apoquinar unos céntimos por las bolsas, eso sí, no sin antes escuchar -¿Necesita bolsas?- a lo que tú piensas, o al menos yo pienso –no maja me entra todo en los bolsillos del vaquero- y si ya la cosa es a lo grande, como facturar una segunda maleta en cualquier mostrador de aeropuerto, no hay quien te libre de soltar un billete. Así que definitivamente el Low-Cost-de-mierda se está instalando en todas partes y nosotros aquí tan tranquilos, aunque sea esto último una contradicción teniendo en cuenta que a muchos estas cosas nos sacan de quicio y mucho.

Eva

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